Textos y mantras
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viernes, 22 de julio de 2016
martes, 5 de julio de 2016
jueves, 26 de abril de 2012
¿que es la meditacion budista?
Por Chögyam Trungpa
Rimpoche
En el budismo, expresamos
la voluntad de ser realistas por medio de la práctica de la meditación. La
meditación no es un intento por alcanzar el éxtasis, la felicidad espiritual o
la tranquilidad; tampoco es una lucha por mejorarse. Se trata simplemente de
crear un espacio en el que
podamos dejar al descubierto y desarmar nuestros juegos neuróticos y
autoengaños, nuestras esperanzas y temores ocultos. Para producir ese espacio
recurrimos a la simple disciplina de no hacer nada. En realidad, es difícil no
hacer nada. Debemos empezar aproximándonos a este no hacer nada y poco a poco
nuestra practica ira madurando. La meditación es una manera de hacer que
afloren en profusión las neurosis de la mente para incluirlas en la
práctica. Nuestras neurosis son como abono: en vez de botarlas a la
basura, las esparcimos por el jardín y así van formando parte de nuestra
riqueza.
Cuando practicamos la
meditación, no debemos contener demasiado la mente, ni tampoco soltarla del
todo. Si tratamos de refrenar la mente, su energía se volverá contra nosotros,
y si dejamos que se afloje completamente, se pondrá muy agitada y turbulenta.
De manera que dejamos que la mente este libre, pero manteniendo siempre un
elemento de disciplina. Las técnicas budistas tradicionales son sumamente
simples: la conciencia del movimiento corporal, de la respiración y de la
situación física son comunes a todas las tradiciones. La practica esencial consiste en estar presente, aquí mismo. El objetivo es a la vez la técnica. Estar, precisamente, en el instante,
sin reprimirse ni desenfrenarse; estar consciente de lo que uno es, de manera
muy precisa. La respiración, así como la existencia del cuerpo, son
procesos neutros desprovistos de connotaciones <espirituales>. No hacemos
más que observar su funcionamiento natural. A esta práctica se le denomina
shámatha.
Se trata, por lo tanto, de
asumir lo que somos en vez de escondernos de nuestros problemas e irritaciones.
La meditación no debe ser un recurso para olvidarnos de nuestras obligaciones
laborales. De hecho, la práctica de la meditación en posición sentada nos
conecta continuamente con la vida cotidiana. Cuando practicamos la meditación, nuestras
neurosis se asoman a la superficie en vez de esconderse en el fondo de la
mente.
La
práctica nos permite encarar la vida como algo que es posible manejar. Me
parece que la gente tiene tendencia a creer que si solamente consiguiera
alejarse de todos los ajetreos de la vida, retirándose a las montañas
o a la orilla del mar, entonces sí podría dedicarse de lleno a alguna
práctica contemplativa. Sin embargo, huir de los
aspectos mundanales de la vida equivale a despreocuparse del sustento, del
verdadero alimento que está entre los dos trozos de pan. Cuando uno pide un
sandwich, no pide dos tajadas sin nada; tiene que haber algo en medio,
algo sustancioso, comestible y sabroso, y el pan es el acompañamiento.
A medida que pasa el
tiempo, el hecho de volvernos más conscientes de las emociones, de las
circunstancias de nuestras vidas y del espacio en el que ocurren nos permitirá
tal vez acceder a una conciencia aún más panorámica. Nuestra actitud se vuelve
entonces más compasiva y cálida; hemos llegado a una aceptación fundamental de
nosotros mismos, pero sin perder la inteligencia crítica. Somos capaces de valorar tanto los aspectos felices de la vida como los
dolorosos. La relación con las emociones deja de ser un drama. Las emociones
son como son; no las reprimimos, ni tampoco les damos rienda suelta, si no que
sencillamente las reconocemos. Al
tomar conciencia de los detalles de manera precisa, nos vamos abriendo a la
totalidad compleja de las situaciones. Como un gran río que va a dar al mar, la
estrechez de la disciplina desemboca en la apertura de la conciencia
panorámica. Meditar es más que sentarnos solos en una
postura determinada, y atender a procesos simples; es también abrirnos al
entorno en el que ocurren esos procesos. El entorno se convierte en mensajero
que nunca deja de enviarnos señales, que siempre nos está enseñando algo o
ayudando a entender.
Debemos estar dispuestos a
ser personas completamente comunes y corrientes, lo que significa aceptarnos a
nosotros mismos y no tratar de ser más perfectos, puros, espirituales o perspicaces.
Si conseguimos aceptar nuestras imperfecciones tal como son, con la mayor
naturalidad del mundo, entonces podremos valernos de ellas en el camino; pero
si intentamos deshacernos de ellas, se convertirán en enemigas, en obstáculos
en el camino del >>Desarrollo Personal>>: Lo mismo se podría decir
de la respiración. Si podemos verla tal como es. Sin tratar de usarla para
mejorarnos a nosotros mismos, pasará a formar parte del camino porque dejará de
ser una herramienta de nuestra ambición personal.
La
práctica de la meditación consiste en abandonar la fijación dualista, es decir,
abandonar la lucha del bien contra el mal. Nuestra actitud hacia la
espiritualidad debe ser natural, ordinaria y libre de ambición.
Las técnicas que
practicamos, por ejemplo la conciencia de las sensaciones corporales o la
conciencia de la respiración, son tan concretas que tienden a hacerlo aterrizar
a uno. No se recomienda considerar la técnica como algo mágico, como un
milagro o una ceremonia profunda, sino como un proceso simple,
extraordinariamente simple. Cuanto
mas simple sea la técnica, menor será el peligro de que se presenten desvíos,
porque uno no se estará nutriendo de esperanzas y miedos fascinantes y
seductores.
En la practica de la
meditación, uno trabaja al principio solamente con la neurosis fundamental de
la mente, es decir, la relación confusa entre uno mismo y sus proyecciones, la
relación con los pensamientos. Cuando logra ver la simplicidad de la técnica
sin adoptar una actitud especial hacia ella, también aprende a relacionarse con
su propia configuración mental. Empieza a ver los pensamientos como fenómenos
sencillos, y el hecho de que sean pensamientos piadosos, malvados, caseros o de
cualquier otra índole deja de tener importancia. Uno no los categoriza como
buenos o malos, sino que los ve como simples pensamientos. Los pensamientos se
nutren de la relación obsesiva que uno mantiene con ellos, pues para sobrevivir
necesitan que se los tomen en serio. Si
empezamos a tomarlos en serio y a categorizarlos se vuelven muy fuertes;
les proporcionamos energía cada vez que no los vemos como fenómenos simples.
Por otro lado, si tratamos de aquietarlos también se nutren. De modo que cuando empezamos a meditar, no debemos proponernos
conseguir la felicidad, ni tampoco la calma mental o la paz, aunque éstas
pueden ser subproductos de la meditación. No debemos considerar la meditación como si se tratara de vacaciones para
escapar de la irritación.
En realidad, cuando
comenzamos a practicar la meditación, siempre sucede que afloran toda clase de
problemas. Todos los aspectos ocultos de la personalidad salen a la superficie
por la sencilla razón de que, por primera vez, nos estamos permitiendo ver
nuestro propio estado mental tal como es. Por primera vez, no evaluamos los
pensamientos.
A medida que pasa el
tiempo, valoramos cada vez más la belleza de esta simplicidad. Por primera vez,
hacemos las cosas de manera completa. Cualquiera que sea la técnica, respirar,
caminar, etc., nos ponemos a hacerla y a trabajar con ella, de manera muy
simple. Las complicaciones dejan de ser sólidas y se vuelven transparentes. Así que en la primera fase del trabajo con
el ego se establece una relación muy simple con los pensamientos. La idea no es
tratar de aquietarlos, sino ver su naturaleza transparente y nada más.
Es necesario
combinar la meditación sentada con la práctica del darse cuenta en la vida
cotidiana. Al practicar el darse cuenta, empezamos a sentir los
efectos secundarios de la meditación sentada. La relación despejada que hemos
establecido con la respiración y con los pensamientos continúa. Cada situación de la vida se vuelve una relación simple: relación simple
con el lavaplatos, relación simple con el coche, relación simple con el padre,
con la madre, los hijos. Eso no quiere decir, por cierto, que nos transformemos
en santos de la noche a la mañana. Las irritaciones de siempre siguen ahí, pero
se han vuelto irritaciones simples, irritaciones transparentes,
Por mínimos o
insignificantes que parezcan los pequeños detalles domésticos, es tremendamente
útil y valioso trabajar con ellos de manera muy simple. Cuando aprendemos a percibir la simplicidad tal como es, la meditación se
hace veinticuatro horas al día. Experimentamos
una sensación muy grande de espacio porque no nos sentimos obligados a
observarnos a nosotros mismos compulsivamente; más bien, acogemos la situación.
Claro que uno aun puede observarse y comentar el proceso, pero cuando se sienta
a meditar, uno es nada más, y ya no se vale
de la respiración ni de ninguna otra técnica. Uno empieza a dominar el
asunto y ya no le hace falta un observador, ni tampoco un traductor, porque
entiende perfectamente el idioma.
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