jueves, 26 de abril de 2012

¿que es la meditacion budista?

                                                                                      Por Chögyam Trungpa Rimpoche

     En el budismo, expresamos la voluntad de ser realistas por medio de la práctica de la meditación. La meditación no es un intento por alcanzar el éxtasis, la felicidad espiritual o la tranquilidad; tampoco es una lucha por mejorarse. Se trata simplemente de crear un espacio en el que podamos dejar al descubierto y desarmar nuestros juegos neuróticos y autoengaños, nuestras esperanzas y temores ocultos. Para producir ese espacio recurrimos a la simple disciplina de no hacer nada. En realidad, es difícil no hacer nada. Debemos empezar aproximándonos a este no hacer nada y poco a poco nuestra practica ira madurando. La meditación es una manera de hacer que afloren en profusión las neurosis de la mente para incluirlas en la práctica.  Nuestras neurosis son como abono: en vez de botarlas a la basura, las esparcimos por el jardín y así van formando parte de nuestra riqueza.

    Cuando practicamos la meditación, no debemos contener demasiado la mente, ni tampoco soltarla del todo. Si tratamos de refrenar la mente, su energía se volverá contra nosotros, y si dejamos que se afloje completamente, se pondrá muy agitada y turbulenta. De manera que dejamos que la mente este libre, pero manteniendo siempre un elemento de disciplina. Las técnicas budistas tradicionales son sumamente simples: la conciencia del movimiento corporal, de la respiración y de la situación física son comunes a todas las tradiciones. La practica esencial consiste en estar presente, aquí mismo. El objetivo es a la vez la técnica. Estar, precisamente, en el instante, sin reprimirse ni desenfrenarse; estar consciente de lo que uno es, de manera muy precisa.  La respiración, así como la existencia del cuerpo, son procesos neutros desprovistos de connotaciones <espirituales>. No hacemos más que observar su funcionamiento natural. A esta práctica se le denomina shámatha.
Se trata, por lo tanto, de asumir lo que somos en vez de escondernos de nuestros problemas e irritaciones. La meditación no debe ser un recurso para olvidarnos de nuestras obligaciones laborales. De hecho, la práctica de la meditación en posición sentada nos conecta continuamente con la vida cotidiana. Cuando practicamos la meditación, nuestras neurosis se asoman a la superficie en vez de esconderse en el fondo de la mente.


    La práctica nos permite encarar la vida como algo que es posible manejar. Me parece que la gente tiene tendencia a creer que si solamente consiguiera  alejarse de todos los ajetreos de la vida, retirándose a las montañas  o  a la orilla del mar, entonces sí podría dedicarse de lleno a alguna práctica contemplativa. Sin embargo, huir de los aspectos mundanales de la vida equivale a despreocuparse del sustento, del verdadero alimento que está entre los dos trozos de pan. Cuando uno pide un sandwich, no pide dos tajadas  sin nada; tiene que haber algo en medio, algo sustancioso, comestible y sabroso, y el pan es el acompañamiento.
A medida que pasa el tiempo, el hecho de volvernos más conscientes de las emociones, de las circunstancias de nuestras vidas y del espacio en el que ocurren nos permitirá tal vez acceder a una conciencia aún más panorámica. Nuestra actitud se vuelve entonces más compasiva y cálida; hemos llegado a una aceptación fundamental de nosotros mismos, pero sin perder la inteligencia crítica. Somos capaces de valorar tanto los aspectos felices de la vida como los dolorosos. La relación con las emociones deja de ser un drama. Las emociones son como son; no las reprimimos, ni tampoco les damos rienda suelta, si no que sencillamente las reconocemos. Al tomar conciencia de los detalles de manera precisa, nos vamos abriendo a la totalidad compleja de las situaciones. Como un gran río que va a dar al mar, la estrechez de la disciplina desemboca en la apertura de la conciencia panorámica. Meditar es más que sentarnos solos en una postura determinada, y atender a procesos simples; es también abrirnos al entorno en el que ocurren esos procesos. El entorno se convierte en mensajero que nunca deja de enviarnos señales, que siempre nos está enseñando algo o ayudando a entender. 

    Debemos estar dispuestos a ser personas completamente comunes y corrientes, lo que significa aceptarnos a nosotros mismos y no tratar de ser más perfectos, puros, espirituales o perspicaces. Si conseguimos aceptar nuestras imperfecciones tal como son, con la mayor naturalidad del mundo, entonces podremos valernos de ellas en el camino; pero si intentamos deshacernos de ellas, se convertirán en enemigas, en obstáculos en el camino del >>Desarrollo Personal>>: Lo mismo se podría decir de la respiración. Si podemos verla tal como es. Sin tratar de usarla para mejorarnos a nosotros mismos, pasará a formar parte del camino porque dejará de ser una herramienta de nuestra ambición personal. 
La práctica de la meditación consiste en abandonar la fijación dualista, es decir, abandonar la lucha del bien contra el mal. Nuestra actitud hacia la espiritualidad debe ser natural, ordinaria y libre de ambición.
    Las técnicas que practicamos, por ejemplo la conciencia de las sensaciones corporales o la conciencia de la respiración, son tan concretas que tienden a hacerlo aterrizar a uno. No se recomienda considerar la técnica como algo mágico,  como un milagro o una ceremonia profunda, sino como un proceso simple, extraordinariamente simple. Cuanto mas simple sea la técnica, menor será el peligro de que se presenten desvíos, porque uno no se estará nutriendo de esperanzas y miedos fascinantes y seductores.

    En la practica de la meditación, uno trabaja al principio solamente con la neurosis fundamental de la mente, es decir, la relación confusa entre uno mismo y sus proyecciones, la relación con los pensamientos. Cuando logra ver la simplicidad de la técnica sin adoptar una actitud especial hacia ella, también aprende a relacionarse con su propia configuración mental. Empieza a ver los pensamientos como fenómenos sencillos, y el hecho de que sean pensamientos piadosos, malvados, caseros o de cualquier otra índole deja de tener importancia. Uno no los categoriza como buenos o malos, sino que los ve como simples pensamientos. Los pensamientos se nutren de la relación obsesiva que uno mantiene con ellos, pues para sobrevivir necesitan que se los tomen en serio. Si empezamos  a tomarlos en serio y a categorizarlos se vuelven muy fuertes; les proporcionamos energía cada vez que no los vemos como fenómenos simples. Por otro lado, si tratamos de aquietarlos también se nutren. De modo que cuando  empezamos a meditar, no debemos proponernos conseguir la felicidad, ni tampoco la calma mental o la paz, aunque éstas pueden ser subproductos de la meditación. No debemos considerar la meditación como si se tratara de vacaciones para escapar de la irritación.

    En realidad, cuando comenzamos a practicar la meditación, siempre sucede que afloran toda clase de problemas. Todos los aspectos ocultos de la personalidad salen a la superficie por la sencilla razón de que, por primera vez, nos estamos permitiendo ver nuestro propio estado mental tal como es. Por primera vez, no evaluamos los pensamientos.      
A medida que pasa el tiempo, valoramos cada vez más la belleza de esta simplicidad. Por primera vez, hacemos las cosas de manera completa. Cualquiera que sea la técnica, respirar, caminar, etc., nos ponemos a hacerla y a trabajar con ella, de manera muy simple. Las complicaciones dejan de ser sólidas y se vuelven transparentes. Así que en la primera fase del trabajo con el ego se establece una relación muy simple con los pensamientos. La idea no es tratar de aquietarlos, sino ver su naturaleza transparente y nada más.
 Es necesario combinar la meditación sentada con la práctica del darse cuenta en la vida cotidiana. Al practicar el darse cuenta, empezamos a sentir los efectos secundarios de la meditación sentada. La relación despejada que hemos establecido con la respiración y con los pensamientos continúa. Cada situación de la vida se vuelve una relación simple: relación simple con el lavaplatos, relación simple con el coche, relación simple con el padre, con la madre, los hijos. Eso no quiere decir, por cierto, que nos transformemos en santos de la noche a la mañana. Las irritaciones de siempre siguen ahí, pero se han vuelto irritaciones simples, irritaciones transparentes,

    Por mínimos o insignificantes que parezcan los pequeños detalles domésticos, es tremendamente útil y valioso trabajar con ellos de manera muy simple. Cuando aprendemos a percibir la simplicidad tal como es, la meditación se hace veinticuatro horas al día. Experimentamos una sensación muy grande de espacio porque no nos sentimos obligados  a observarnos a nosotros mismos compulsivamente; más bien, acogemos la situación. Claro que uno aun puede observarse y comentar el proceso, pero cuando se sienta a meditar, uno es nada más, y  ya no se vale de la respiración ni de ninguna otra técnica.  Uno empieza a dominar el asunto y ya no le hace falta un observador, ni tampoco un traductor, porque entiende perfectamente el idioma.